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Era noche cerrada cuando el grupo llegó al lugar elegido para celebrar un año más que era verano. Al detenerse frente a la fachada principal, Alexia intuyó que esa no sería una quedada como las anteriores.
—No me puedo creer que la mejor idea que hayáis tenido sea esta —se quejó Iris.
—Es un plan perfecto y os aseguro que no os arrepentiréis. —Iván se giró hacia sus amigos y esbozó una sonrisa pícara.
Ese año lo había organizado todo con Darío y, aunque el resto del grupo confiaba en ellos, ninguno se había esperado que, de todos los lugares posibles de la ciudad, el escogido fuera el cementerio.
Iris tamborileaba con el pie y a su lado estaba Elías, que parecía estudiar la fachada y la zona de la puerta. Algo más relegado se había quedado Darío con su novia Paula, que le agarraba la mano con fuerza y tenía la cara pálida.
—¿Y se supone que vamos a entrar así como así? —preguntó Elías.
—No te preocupes —respondió Iván un instante después de carraspear—. Todo está controlado.
—Ya veo… No lo has tenido en cuenta, ¿verdad?
—Bueno, basta ya. ¡Vamos!
Iván se alejó de la entrada principal para bordear la pared izquierda del cementerio, seguido del resto, y se detuvo unos metros más allá.
—Entraremos por aquí.
Había una zona en obras delimitada por una barrera metálica donde estaba colgado un cartel que anunciaba la prohibición de pasar. Con ayuda de sus amigos, retiró una de las vallas para acceder a una pared desconchada junto a la que había un andamio.
—¿En serio pretendes que suba por ahí? —preguntó Iris molesta—. ¿Con esta ropa? —Se señaló el vestido y las sandalias de tacón.
—Nadie te dijo que vinieras tan mona —bromeó Iván, mirándola de arriba abajo.
—Es que no sabía que iríamos a un maldito cementerio. Y, que yo sepa, en la definición de «lugar alucinante» no se incluye este sitio de mala muerte.
—Qué susceptible… —Iván negó con la cabeza—. No te reconozco, Iris.
Alexia empezó a impacientarse. No le agradaba que se pusieran a discutir como hacían siempre. La idea de entrar en ese lugar no le entusiasmaba, pero dedujo que sus amigos solo querrían hacer alguna travesura y luego se marcharían a otro lado.
—Bueno, ¿entramos o qué?
—¡Esa es la actitud! —exclamó Iván más animado.
Se encaramó al andamio, se situó a horcajadas en la parte superior del muro y se descolgó por el otro lado como si lo hiciera a diario mientras los demás iban subiendo a la estructura. Alexia escuchó el sonido de algo metálico al chocar contra la pared y, cuando le tocó bajar, vio que Iván había acercado una escalera a la tapia.
El patio del cementerio se encontraba en penumbra y la linterna de Iván proyectaba sombras irregulares al caminar. Alexia nunca había sido asustadiza, aunque tenía que reconocer que la situación parecía digna de una película de miedo.
—Es por aquí, creo. —Iván se desvió hacia la izquierda.
—¿No me dirás que te has perdido nada más empezar? —dijo Elías.
—Que no, que no… —aseguró, aunque no parecía muy convencido.
—Ya te dije que apuntases el lugar exacto en un papel… —le recordó Darío desde el final de la fila al tiempo que le sacaba una foto.
Alexia sintió curiosidad por conocer sus verdaderos planes. Si él y Darío habían propuesto ir al cementerio, debían tener algo en mente, y seguro que tenía que ver con la mochila sospechosa que Iván llevaba a la espalda.
—¿De qué va todo esto? Pensé que solo íbamos a entrar y luego irnos —preguntó Alexia.
—Ya lo verás, ten paciencia —aseguró Iván mientras le rodeaba los hombros con un brazo—. La fiesta no ha hecho más que empezar.
A la luz de la luna, los ojos de su amigo brillaban de una forma intensa, como si fueran el preludio de que algo grandioso iba a ocurrir.
—¡Aquí es! —los llamó Darío algunos metros más adelante.
Iván apagó la linterna y solo la luna iluminó las tumbas, filtrándose entre los cipreses y cargando el ambiente con una sombra espectral. Los jóvenes se sentaron en el suelo, cerca de una sepultura grande.
—Es el sitio ideal para rodar una de terror —dijo Alexia, acomodándose en el hueco que le habían dejado Elías e Iris.
—Por favor, cambiad de tema —murmuró Paula.
—Pues en esas películas las parejas son las primeras en morir… así que ve temiéndote lo peor, Paula. —Iris empezó a reírse y la otra la miró con aversión.
Alexia sabía que su amiga no toleraba a Paula y que el sentimiento era mutuo. Sin embargo, sintió lástima por la otra chica, que parecía muy asustada, así que le dio a Iris un empujón con el hombro para que no siguiera molestándola.
—Aquí no era, Darío, pero mejor esto que nada —comentó Iván abriendo la cremallera de su mochila.
Alexia se entretuvo en mirar a su alrededor y se fijó en un panteón que se hallaba próximo. Era una construcción de ladrillo rodeada por una vieja valla oxidada, con unas gárgolas de piedra que custodiaban cada esquina del tejado y otra posada en la parte superior del mismo. Algunas vidrieras de colores estaban rotas y la reja forjada que cubría la puerta formaba ramilletes de flores. A pesar de la oscuridad, distinguió sobre la puerta el grabado de lo que parecía una estrella.
—Bueno, ahora es cuando voy a confesaros que no hemos venido aquí solo a charlar —anunció Iván—. Tengo una sorpresa…
Sacó de su mochila un tablero con letras y números, y lo colocó en el centro del corro. La vista de la güija provocó en ellos diversas reacciones, y Alexia lo miró con incredulidad.
—¿Eso no es peligroso?
—Peligroso es meterte en la autovía a más de doscientos por hora. —Iván colocó bien el tablero y le puso encima una pieza con un agujero en el centro—. Esto no es más que un juego.
—Pues… estas cosas no tienen muy buena fama —dijo Iris, que se veía por primera vez nerviosa—. ¿Dónde la has conseguido?
—En una tienda de antigüedades… A ver, no va a pasar nada, pero si tenéis miedo, ya sabéis donde está el camino de vuelta.
—Se supone que querías invocar al espíritu de alguien en concreto, pero no encuentras el sitio, ¿verdad? —Elías lo dejó en evidencia.
—Algo así, pero probaremos aquí a ver qué ocurre. Lo mismo aparece una ancianita que tenía escondidas las joyas de la familia y se decide a contarnos dónde.
—¡Quiero irme de aquí! —chilló Paula levantándose, pero Darío le tiró de la mano y volvió a sentarla.
—No seas tonta. Como ha dicho Iván, es solo un juego.
—¡Pues no es divertido! —gimoteó.
Iván puso un dedo sobre la pieza móvil, comenzó a hablar y todos se quedaron en silencio, mirándolo.
—¡Espíritu del Más Allá, si estás ahí, haznos una señal!
Se detuvo y miró a su alrededor. Era evidente que esperaba que su plegaria surtiera efecto, pero no ocurrió nada. Alexia sentía que el corazón empezaba a acelerarse, pero su mente racional le decía que, aunque estuvieran en un cementerio, no iba a ocurrir nada fuera de lo común y terminarían marchándose igual que habían llegado.
—Eh, creo que tenemos que darnos las manos. Leí algo así en internet.
Ante la petición de Iván, el grupo cerró el círculo y él volvió a formular la frase de antes, con el mismo resultado vano.
—Esto es absurdo —dijo Paula con voz temblorosa, soltándose—. Yo… yo me voy.
—Vas a enfadar a los espíritus —advirtió Iván, frunciendo el ceño—. ¡Espíritus de la oscuridad, yo os invoco! ¡Si estáis aquí, despertad! ¡Venid y haced una señal a vuestros siervos!
—Este se ha metido en el papel y se cree que es un brujo —se burló Iris, que se soltó también.
—Darío, vámonos. ¡Ahora! —chilló Paula, con los puños apretados y la barbilla temblando.
El chico masculló algo entre dientes y luego se puso en pie despacio mientras Iván seguía invocando a los supuestos espíritus. Elías tenía en sus manos la cámara y sacaba fotos sin inmutarse por la situación.
Una brisa gélida, inusual en verano, empezó a levantarse. Todos se quedaron muy quietos y se miraron los unos a los otros. La fuerza del aire ganó intensidad. Desplazó las ramas de los árboles y revolvió la tierra del suelo al tiempo que comenzaban a formarse nubes oscuras en el cielo. Al notar cómo se le erizaba el vello, Alexia cruzó los brazos para protegerse del cambio brusco de temperatura.
—¡¿Qué has hecho, Iván?! —gritó Paula, presa del pánico.
El grupo al completo se puso de pie. Poco a poco comenzó a formarse una neblina en el suelo que se desplazó hacia ellos y el frío aumentó, haciendo que todos exhalaran vaho al respirar. Iván cogió la güija y con desesperación trató de deshacer lo que había provocado, implorando a los espíritus que se marcharan. La luna quedó oculta y oscureció aún más el lugar. Un instante después, se escuchó un crujido espeluznante.
—¡Espíritus, deshacemos la invocación! ¡Volved a vuestro sueño eterno! —gritó Iván, angustiado—. ¡Espíritus, deshacemos la invocación! ¡Regresad a vuestra tumba!
Se oyó el sonido metálico de una puerta oxidada abriéndose despacio, lo que hizo que Paula gritara y saliera corriendo, seguida de su novio. Alexia miró hacia la puerta del panteón de las vidrieras rotas. La verja se abría poco a poco. Elías agarró a Iris y ambos echaron a correr tras los otros. Iván empezó a guardar las cosas en la mochila con premura. Alexia estaba paralizada mirando al sepulcro. A su alrededor, la neblina se hacía cada vez más espesa, ocultándole parte de las piernas. Algo se movió dentro del panteón. Alexia agudizó la vista y distinguió lo que parecía una sombra que adquiría forma.
—¡Vámonos de aquí! —apremió Iván.
Algo oscuro se alzó delante de la puerta enrejada y se escuchó un rugido ensordecedor. Alexia echó a correr tras su amigo, con el pulso acelerado. Tropezó con una tumba y cayó de bruces al suelo. Intentó ponerse de pie, pero el cuerpo no le respondía, medio oculto en la neblina que cubría la zona por completo.
La sombra emergió de la bruma y se alzó despacio ante Alexia, que levantó las manos para impedir que se acercara más. Al rozarla, sintió como si un hilo invisible empezara a absorber su energía y la debilitara. El frío era ahora tan intenso que comenzó a temblar y se quedó sin respiración.
Unos segundos después, la sombra dejó de elevarse sobre ella y se fundió de nuevo en la niebla del suelo. Las nubes que ocultaban la luna y la bruma fueron disipándose, el frío desapareció y dio paso de nuevo al bochorno habitual.
Sin entender qué había ocurrido, Alexia trató de ponerse de pie, pero estaba temblando. Se apoyó a duras penas para levantarse y fue cuando reparó en que en el suelo había clavada una flecha de cristal. Miró a su alrededor y descubrió que sobre una de las paredes del cementerio había varias siluetas oscuras. No quiso detenerse a comprobar qué o quiénes eran y huyó para ponerse a salvo.

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